sábado, 24 de noviembre de 2012

Imogenario




Money plant, 1956

Puede que estuviese en casa. No me acuerdo bien. Había olvidado esta planta que me mostró, por primera vez, mi abuela materna. Debió de decirme que se llamaba Flor del papa. Hay quien las llama monedas del papa, flor del dinero, de la honestidad - por su transparencia - o de la prosperidad. Silver dollars, los angloparlantes. Sinceramente, donde los demás veían dinero yo veía patatas. Patatas fritas de bolsa, las deshidratadas. Y más con una abuela como la mía, que estaba recién llegada de Chile a España, y decía palabras como frazada, arverjas o papas. O fue una confusión lingüística torpe, o una asociación motivada por mi voracidad precoz; el caso es que había olvidado estas "flores de la patata", hasta ayer.
Gracias a una amante y buscadora de belleza que me dio el dato, me estaba paseando por la web de la Fundación Mapfre, que expone hasta enero en Madrid la extensísima obra de Imogen Cunningham a lo largo de siete décadas. Fue una pionera, valiente exploradora, que hizo de la fotografía su legado vital desde los primeros años del XX. Eran los felices años veinte, la época de las vanguardias, pero también los de entreguerras. Esta mujer se licenció en ciencias químicas en Seattle, era hija de dos bohemios que con cinco años la colocaron en una comuna para que descubriese el mundo y se ocuparon de sembrar la semilla de la curiosidad que le abriría el paso, con su pasión, hasta donde quisiese. 

Eligió la nueva técnica y exprimió sus posibilidades. Investigó el virado a sepia en Europa, pero se rindió al blanco y negro.
Encuadró formas, piel, pétalos, ciudades o retrató personalidades.
Triangles plus one, 1928

Magnolia Blossom, 1925

Frida Khalo

Lo que era bello y lo que ella hacía bello con su personal mirada. 

Zebra, 1929

Martha Graham

Spiral back, 1929

Cunningham on mount Rainier
Fue tan audaz y transparente, una verdadera flor de la "honestidad" al presentar lo que la cautivaba, que desató absurdas polémicas polémicas cuando plasmó su cuerpo desnudo dentro del paisaje. Y entonces aun le quedaban muchos años por delante.

Nunca dejó de hacer lo que le gustaba. Es extraño, porque al ver sus imágenes en diapositivas, por orden cronológico, casi asistes a los recuerdos y fantasías que impresionaron su retina. Hasta sus 93 años no cesó de atesorar algo nuevo que añadir a su imaginario. Sus impresiones no se velaron, muy al contrario, las podemos contemplar durante horas o incluso colgarlas en nuestra pared. 
Jardinera y artista de la realidad, se convirtió en esa flor de la "patata", que deja el testigo en las vainas que guardaban sus semillas. Las libera al aire, y ya nunca muere; echa raíces y más flores de plata.  




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