lunes, 26 de noviembre de 2012

Así, con mucho ritmo, como que la ventanita del amor se me cerró



Quién ocupa la única casa que Le Corbusier construyó en América, no lo sabes. Mejor no saberlo. Mariano Cohn, Gastón Duprat sugieren, en el filme "El hombre del al lado" (2009), que podría ser un auténtico monstruo. Ya lo dice el título: el hombre es el de al lado. El dueño de la casa es Leonardo, arquitecto de prestigio que está en cúspide en las castas sociales bonaerenses, un día ve venir un verdadero atentado en forma de ventana. Contra su intimidad y contra su monumento. La que el vecino Víctor, hombretón simpático y as de la picaresca aderezada con una pinta tremenda de matón, quiere abrir enfrente para atrapar "unos rayitos de sol". 





Pero mr. Bauhaus ha perdido el cordón umbilical, se le ha cerrado el ombligo. Metido de lleno en su estudio, libros y láminas de vectores y formas, destruye las ideas de los jóvenes aprendices. Ha convertido su hogar en una maqueta, por donde pulula su mujer, profesora de yoga y jefa de la casa, cuyo grado de autoridad aumenta en función de su despecho. Y su hija Lola, a la única que convence la nueva ventana, puesto que se divierte más con el teatrillo improvisado que le hace Víctor con un plátano, un par de plásticos y unas botas de Barbie, que con la no-conversación de su padre. 


Leonardo encarna tan bien al pijo mediocre, embebido y atrapado en la espirales de conceptos y  música experimental, deconstrucciones y chorradas, que el tira y afloja se convierte en un juego siniestro. En una historia de terror. Cuando el fascista segmentario, que ejerce la autoridad en su resquicio de poder para seguir siendo una eminencia y no un mierda.
Que ni está ocupado, ni es capaz de trabajar, ni de vivir en familia. Que es un cobarde y "un salame, un desubicado y está al pedo"; que no se aguanta ni él. Y al que todo lo malo que le pasa entra por esa ventana. Todo iba bien antes. Hay que tapar la ventana. Hay que deshacerse del maromo calvo.


Hipócrita condescendencia.
“Escuchá ésta. El otro día toca el timbre. Atiende el portero Elba. ¿Sabés lo que le dice? “Dígale que se deje de joder. Que está al pedo. Que ya se fueron los de la tele.” O sea: el tipo estaba espiando y vio cuando se fueron los del canal... este rollo es una pesadilla. Ah, después le dijo a.. a la mucama: “ Y... bueno, dígale que lo invito a comer una picadita. Que no sea larga”. No me digan que no es un genio... No me quedó otra y tuve que ir, ¿no? Me puse zen; me lo tomé como ejercicio antropológico. Bajo, me está esperando en la vereda, junto a una van toda polarizada: bola de boliche, un olor a desodorante de auto.. divino..!! Y la cosa es que llegamos al ban canchero, como lo llamaba él, estaciona y viene uno de éstos trapitos. Éste hombre, con su lógica, con su locura, destraba cualquier situación incómoda. Con un vozarrón – pero con mucho swing – le dice: “Miralo no, cuidalo..! Que no es lo mismo”.


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